Sacar a la luz no es suficiente

Quiero compartir con ustedes lo que fue el texto de mi conferencia en el seminario SALALM 2022, Voicing the Past: Libraries, Archives, and Cultural Institutions in the Making of Latin America and the Caribbean (Vocalizando el pasado: Bibliotecas, archivos e instituciones culturales en la construcción de América Latina y el Caribe), participación que se llevó a cabo el 3 de mayo de 2022.

El Seminario sobre la Adquisición de Materiales de Bibliotecas Latinoamericanas, en inglés Seminar on the Acquisition of Latin American Library Materials (SALALM), es una organización de bibliotecarios, archivistas, comerciantes de libros, profesionales del libro, académicos y estudiantes interesados ​​en recopilar, preservar y brindar acceso a recursos de información latinoamericanos, caribeños, ibéricos y latinos en todos los formatos. Cada año realizan un encuentro que invita a reflexionar sobre temas relacionados con los materiales bibliotecarios de América Latina y el Caribe, su preservación y su accesibilidad para las poblaciones de habla hispana y portuguesa. Este año el evento, en su versión número 67, convocó diferentes profesionales para conversar acerca de los procesos mediante los cuales bibliotecarios, archiveros, museógrafos y otras profesiones relacionadas se constituyen como actores activos en la construcción de la memoria y la historia colectiva de los diferentes países de América Latina y el Caribe.

Para conocer más acerca de este proyecto pueden acceder a la página web de SALALM.

Sacar a la luz no es suficiente. Cuidar, salvaguardar y custodiar para el futuro esto que escribimos y capturamos bajo la mirada del presente, un instante fugaz, es una tarea que puede sentirse a destiempo, pero es vital, sobre todo cuando se trabaja en una obra basada en la memoria del conflicto armado colombiano. Aún en contextos de extrema violencia, ejercida en un continuo permanente y sin la distancia del tiempo, cuando, tal vez, la mirada pueda estar contaminada por el miedo a los poderes de los victimarios. 

Me gustaría citar acá al gran poeta chileno Raúl Zurita quien en una entrevista manifestó que la poesía que a él le interesa es aquella que no cae en el formalismo, pero tampoco es escrita con el pecho caliente. “Hay un momento en este camino en el que necesitas no olvidar pero sí ATEMPERAR, para poder digerir lo que pasó y para seguir viviendo” afirma la artista argentina Inés González, cuyo hermano fue desaparecido en la dictadura argentina del año 76 y cuyos restos fueron hallados e identificados en el hoy en día lugar de memoria Pozo de Vargas.

Sacar a la luz del presente no es suficiente. Además, es importante respetar el contexto y el fin para el cual se reciben estos testimonios. Desde mi perspectiva como artista, he enfocado mis esfuerzos en escuchar y conocer las intimidades, particularidades y formas que toma el duelo. Soy consciente de la inmensa responsabilidad que conlleva respetar cada palabra. En estos casos la confianza debe ser inquebrantable y a prueba de los tiempos.

A continuación, voy a reseñar mi trabajo en orden cronológico, aunque estas son obras que se concatenan a través del paso de los años. También, es importante resaltar que los momentos de exposición no son ajenos al mismo proceso creativo, ya que la muestra e interacción de los espectadores es parte fundamental de la continua evolución de mi trabajo. Cada vez que se abre y se devela nuevamente cada una de estas imágenes, implícitamente, están presentes todos los dolientes y la sumatoria de quienes, a través de ellas, han reconocido su propio dolor.


SILENCIOS

Con Silencios (2005) inició mi camino a través del duelo y la memoria. Esta es una obra conformada por treinta trípticos fotográficos, que muestran imágenes de sobrevivientes judíos a la Shoah, residentes en Colombia. Estos se componen de una nota escrita a mano por el sobreviviente, un retrato en primerísimo plano del mismo y finalmente, un elemento que rememora su pasado. Estos dolientes de su propio ayer, reafirman con su presencia, con sus relatos, pero también con lo que callan, que el único camino posible es recordar todo lo que sucedió y que incluso los silencios también deben ser escuchados.

 

RIO ABAJO

Los ríos de Colombia son el cementerio más grande del mundo, esta es la aterradora y certera frase que inspiró la serie Río Abajo (2007-2008), cuyo tema central es la desaparición forzada, un crimen que, como bien lo señaló Gonzalo Sánchez, director del Centro Nacional de Memoria Histórica por 10 años, hasta el 2018, “les quita a los familiares la posibilidad de conjurar los rituales de la muerte, en el espacio (la tumba) y el tiempo (el duelo)”.

 

SUDARIOS

Sudarios (2011) está compuesta por los retratos de veinte mujeres que tuvieron que sufrir, como parte de su propia tortura, el hecho de ver la violencia ejercida sobre sus seres amados. Una condena cínica que como bien lo explica la historiadora de arte contemporáneo y curadora Ileana Diéguez: “ellas son el testimonio del gran horror y la degradación extrema a la que hemos llegado en estos tiempos donde dar muerte no es suficiente, sino que además hay que castigar el cuerpo y la mirada, y hacer insoportable la memoria del otro”.

 

RELICARIOS

Los relicarios guardan objetos atesorados, en muchos de los casos en secreto, por parte de los dolientes, para salvaguardar la reliquia que otros podrían haber considerado como basura; elementos tan cotidianos que jamás se les pensaría como un tesoro. Estos no son cualquier cosa: el cepillo de dientes de un hijo es el último vestigio de que él habitó esa casa; el saco que usó papá, y que aún conserva su olor, es el último índice de su existencia y el potencial abrazo que con su muerte no volverá a existir. Por la presencia del objeto se evoca la ausencia, es decir, se convierte en signo del otro por la relación de contacto que tuvo con él. Es por ello que, ante todo, los Relicarios se constituyen como archivos emocionales y pruebas contundentes de la ausencia de quienes fueron arrebatados por la guerra.

 

ORATORIO
Una morada para habitar el suspenso

Ileana Diéguez afirma en su libro Cuerpos sin Duelo que “la tumba es el corazón vivo donde habitan las sombras de los que hemos perdido”. ¿Cómo resignarse a vivir con un corazón que no se llena de la pérdida sino que permanece en la agónica latencia de su confirmación?

En ORATORIO de los Desaparecidos, obra en proceso, la intensión es ofrecer un lugar para depositar, simbólicamente, esa ausencia, con el fin de que el doliente pueda poner fuera de sí mismo esas conversaciones pendientes que rondan su pensamiento, y generar un posible espacio de encuentro metafórico con su ser ausente.

Se trata de propiciar una atmósfera para dar continuidad a esos diálogos que a lo largo de los años se elaboran, no con alma de un ser querido, sino con un desaparecido. Dolorosas palabras suspendidas en un continuo tiempo presente porque en la realidad no se ha pronunciado, ni comprobado la muerte.

Oratorio se configura y se empieza a construir como un lugar físico en una montaña de Colombia. Además, sus imágenes se elevarán en delicados cristales que con el tiempo perderán nitidez por su exposición a los elementos naturales. La elección del vitral como soporte responde a que históricamente ha sido utilizado para canalizar los rayos solares en espacios considerados como sagrados; además, ha servido como herramienta para contar relatos a partir de la imagen. Quiero utilizar dicha técnica porque permite el paso de la luz a través del material traslucido, simbolizando purificación e imposición de lo luminoso sobre lo oscuro, fragmentando los rayos solares en colores que se distribuyen en el lugar, haciendo particular cada pieza que, no obstante, pertenece, en conjunto, a una misma historia.

Nuevamente, una parte fundamental de estas piezas es el texto de puño y letra del doliente, como en el caso de SILENCIOS. Estas palabras se reafirmarán como el testimonio indeleble aunque transparente de los estragos emocionales de la violencia. A su vez, esta obra está compuesta en dos modalidades: una obra in situ y otra itinerante. El concepto consiste en que ninguna de las dos versiones sea finalizada, pues la construcción estará determinada de tal forma que las imágenes sean intercambiables, facilitando así el tránsito de las ausencias que allí se evocan.

El paisaje alrededor de esta construcción se configurará entonces como el principal espectador de esta obra. Las letanías de los dolientes, estás imágenes y estos textos quedarán elevados a manera de un grito potente y silencioso “bajo este cielo donde nos enlutaron a todos”.

Con este gesto no espero que los duelos se cierren, más bien aspiro a que estas necesidades de los dolientes se hagan manifiestas, confío en hacer eco de la biofilia urgente que necesitamos para oponernos a esta guerra, donde parte de lo que ha sido torturado es el ritmo propio de la naturaleza, pues el paisaje no soporta más toda la sangre y estragos que sobre él hemos derramado.


Repasando el trabajo que he realizado, con la distancia del tiempo, es evidente que lo que se hace visible al público es una mínima parte del proceso. Estos testimonios son visibles e iluminados a la luz del presente como acordé con quienes los entregaron: en la obra. Pero hay un trabajo inmenso, profundo, casi inconmensurable detrás de cada exposición que ve la luz. Testimonios de horas, sostenidos, en varios casos, en el curso de años, ya que con algunas familias he trabajado en más de un proyecto. También, han participado familias enteras que se reúnen para escoger con qué objeto representar la ausencia de su ser querido. En algunas oportunidades, he recibido historias de vida escritas en familia, donde cada miembro escoge un elemento para contribuir a la construcción de su pieza. Lo que me parece importante resaltar de lo anterior es que estos procesos creativos han generado reuniones, dinámicas familiares, prácticas sociales y, sin duda, son obras que han sido posibles por la generosidad de quienes participan en ella.

En el año 2018 había empezado a hablar con los directores del archivo del Museo Nacional de la Memoria bajo la dirección de Gonzalo Sánchez, para entregar las memorias de mi trabajo. Una decisión que a primera vista era lógica, consecuente con el propósito de mi quehacer y de incuestionable valor simbólico  e histórico para el país. Sin embargo, a finales de ese año se hizo pública la renuncia de Gonzalo Sánchez a su cargo. Desde entonces hemos sido testigos en Colombia de la constante escritura, re-escritura, borraduras y disputas por la memoria. 

Por esta razón, en el año 2019 tomé la decisión de entregar mis archivos, todos mis cuadernos de apuntes, bitácoras y álbumes fotográficos con el arduo registro del trabajo de campo correspondiente a mis obras: Río Abajo, Sudarios y Relicarios a la Biblioteca de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Tulane. Gracias a la visión y el compromiso de su directora, Hortensia Calvo, todas las palabras e imágenes que me fueron permitidas en el desarrollo de mi carrera artística hasta ahora, están custodiadas, no sólo en su integridad física, sino también en el acceso al público, ya que decidimos que esta sería una colección sellada al público por un acuerdo legal que permitirá su lectura sólo hasta dentro 50 años.

De este trabajo de campo no existen registros de video o audio. Existen las fotografías que tomé de las personas durante el ejercicio de escucha plena. Existen cuadernos, como ya lo mencioné, con algunos apuntes escritos por mí en presencia de los dolientes. Entre ellos, algunas frases copiadas textualmente de los recuerdos de la violencia, de los más íntimos y oscuros horrores a los que puede ser sometido un ser humano; también, descripciones de la cotidianidad arrebatada, por ejemplo: la forma en que le gustaba el desayuno a un hijo idolatrado, la marca de perfume que se ponía el esposo amado, el último regalo de quince que recibió la niña de la casa.

La interacción del espectador con la obra es una parte fundamental de lo que planteo en mi trabajo. La instalación de la obra le insinúa al espectador, en el caso de RÍO ABAJO, a recorrer circularmente la obra; en el de SUDARIOS a elevar su mirada y, en algunos montajes, a atravesarlos con su cuerpo. En el caso de RELICARIOS a caminar despacio, bajar la mirada y agacharse para poder contemplarlos. 

Mi trabajo se ocupa y nace desde el mundo de las emociones.  De los daños y las luchas que, por la violencia, llevan consigo las víctimas y los dolientes de tantas atrocidades. Desde la intimidad de ese mundo emocional, que es incuestionable y sobre el cual no cabe ningún juicio de valor, porque a nadie le podemos  objetar la intensidad o la negación de su fuero interno.  No son testimonios de datos fácticos, aunque esa información también quedó registrada en mis cuadernos y álbumes, porque el instante del cruce con la violencia queda marcado como un tatuaje indeleble en los recuerdos de los sobrevivientes y los familiares dolientes. Por ejemplo, el día exacto en que ocurrió un asesinato o la hora precisa en que se lo llevaron; los olores, el clima, los sonidos (no metafóricamente sino literalmente) que precedieron y que se sucedieron al hecho violento.

Mi quehacer surge del amor, del corazonamiento[1], noción que se refiere a ese “lugar desde donde se piensa con el corazón y la memoria”. Se desarrolla a partir de la búsqueda que realiza un doliente, que siempre encuentra algo porque busca con su corazón, y lo hace desde el momento final que representó la pérdida de su ser querido hasta su propio final. Mi obra palpita junto con los cuerpos latientes, vibrantes de los vivos que claman justicia y algún tipo de consuelo para seguir. Aflora desde mis sentidos entregados a una escucha activa, constante, desde la lectura de los cuerpos que frente a mi cámara se registran y que quedan escritos no solo de mi puño y letra, sino en mis emociones. Sin duda, cada nueva obra nace de la sumatoria de todos estos testimonios en mi memoria.

La memoria es un asunto de los vivos, es cambiante (me refiero acá a la memoria emocional) es por eso que como sociedad y como humanidad nuestra tarea es seguir contando, ya sea desde las expresiones artísticas, o bien, desde la memoria histórica, que no podemos, bajo ninguna circunstancia, dejar editar o re escribir a la mejor conveniencia de los poderes y los intereses económicos particulares de turno.

Como artista que trabaja en la fragilidad y perversidad de los tiempos que habitamos, he entendido que mi tarea es salvaguardar a toda costa lo que en mí se ha confiado. Mi labor, más allá de la obra en sí misma, es encontrar un equilibrio entre lo que se expone a la luz del presente y lo que se custodia para la lectura del futuro, ojalá de cara al único propósito de conocer la verdad.

Es por ello que no quiero cerrar esta charla sin agradecerle a Hortensia Calvo, Christine Hernández, Ida Schooler y Sisa Pacarina Tixicuro Duque por el trabajo cuidadoso y extraordinario que están haciendo para clasificar, ordenar y custodiar estos testimonios dentro de la colección Erika Diettes de la Biblioteca de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Tulane.


A propósito de esta última mención, y para finalizar esta publicación, quiero compartir especialmente el link de acceso a la colección de mi obra en la Biblioteca de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Tulane.


[1] Rivera Cusicanqui (2018, 72) citada por Ileana Diéguez (2022, 53) en su más reciente libro CUERPOS LIMINALES La performatividad de la búsqueda