Exposición de Relicarios en la Escuela de Cadetes Francisco de Paula Santander
El pasado 19 de diciembre tuve el honor de exponer Relicarios en la Escuela General Santander, con motivo del IV Encuentro Internacional de Investigación, Ciencia, Tecnología e Innovación en enfoque al postconflicto.
Quiero agradecer a la Teniente Ruby Ruiz y a la coronel Liliana Zafra por encontrar en el arte una forma válida para leer nuestra historia; estamos ante un país que está asumiendo nuevos retos y dar un lugar al arte en espacios como este es una forma de reconocer la necesidad que tenemos todos los colombianos de afrontar nuestra realidad, de reconocer los hechos y de otorgarles un lugar digno en nuestra memoria.
También quiero extender un profundo agradecimiento a las personas que dedicaron lo mejor de sí mismas para que esta exposición fuera posible: Natalie López Valencia, Marcelo Díaz, Diana Shool, Alfredo Bustos, Donald Kirshberg, Luis Alberto Clavijo, Juan Guillermo Bustamante, Pedro Pablo Ruiz y a Joseph Kaplan por su amor y apoyo incondicional.
Para cerrar este año quiero compartir algo de lo que fue esta experiencia y algunos apartados de la conferencia:
...Muchas cosas de este lugar me resultan profundamente familiares y más allá de reconocerlas resuenan profundamente en mi corazón. Nací siendo la hija de mi mayor Diettes, más tarde fui la hija del teniente coronel, de mi coronel y de mi general; mi identidad era plural, porque necesariamente estaba ligada a la de mis hermanas, juntas éramos: las hijas del general Diettes. Incluso, recuerdo que alguna vez mi identidad fue descrita, en el código de los escoltas, como “llevamos tanto porcentaje de mi Z1”, la mayoría de ustedes tal vez entienda este código, para los que no, Z1 era mi padre, y yo era parte de su porcentaje.
Soy de la generación que vivía en pánico constante por la guerra del narcotráfico, en la que los hijos de policías temíamos por nuestros padres, porque Pablo Escobar le puso precio a la vida de cualquier miembro de la institución. Recuerdo haber visto, aterrorizada, grafitis que decían: “mate a un policía y reclame un Kokoriko”. Internamente, en la soledad de una niña, la única pregunta posible para mí era: “¿en qué momento le va a tocar a mi papá?”
Esta horrible pregunta, en el hogar de los Franklin, tuvo una dolorosísima respuesta, así lo testimonia Claudia su hija:
"Nosotros sabíamos que mi papá iba a morir así. Yo sabía que él no iba a morir en un hospital de viejo. Era crónica de una muerte anunciada. Yo tenía 21 años cuando lo mataron, recibí una llamada en la que me dijeron “mataron a tu papá”, ese fue el fin. Hoy en día tengo la edad que tenía mi papá cuando lo mataron.
En ese momento yo me sentía como en una película, todo me parecía surreal. Estaba esperando todo el tiempo que mi papá me llamara y me dijera que era mentira. Pero cuando llegué a Medellín, a la oficina del comando, y vi a todo el mundo llorando me di cuenta de que era cierto… Cuando me casé, cuando tuve mis hijos siempre sentí su presencia, sin embargo, no dejo de preguntarme cómo sería mi vida si papá realmente estuviera conmigo.
Para este relicario yo traje mi herencia: el disco que me dedicó cuando nací, que está escrito de su puño y letra; también traje una foto donde estamos los dos riendo, así es como lo recuerdo a él, conmigo, siempre riendo; y entregué otra fotografía del día de mi grado donde papá se ve orgulloso de mí. La verdad, si pudiera dejar mi corazón en este Relicario lo haría, el relicario de papá es mi corazón”...
...Una de las preguntas más difíciles, y tal vez más incómodas, que me han hecho a lo largo de mi carrera como artista visual, y que he tenido que responder una y otra vez, es por qué hago un trabajo con tanto compromiso social "a pesar" de ser hija de un general de la Policía. Ese "a pesar” me confirma y me confronta dolorosamente con el hecho de que la Policía, las Fuerzas Armadas y el Estado no siempre resultan ser sinónimo de seguridad. Cabe resaltar que me han preguntado eso tanto en nuestro país como en el exterior.
No fue "a pesar" de mi papá policía que decidí hacer un trabajo con compromiso social. Emprendí este camino justamente por mi hogar, por mi papá, por mi mamá, por el dolor y el caos que ocasionó la muerte de mi tío José Alejandro, que cumple 21 de haber sido asesinado, justo hoy que escribo estas palabras para ustedes. El arte es la herramienta que utilizo para hablar de la complejidad de la realidad en la que estoy inmersa, y para buscar una verdad que no es la de la historia, ni la de los medios de comunicación, ni la verdad oficial, es la verdad del doliente. Cumplo, a través de mi trabajo como artista, la tarea de ser testigo de la fuerza del acto de recordar, de ser testigo de las historias íntimas de duelo que personas desconocidas depositan con confianza en mí, intercambio en el que nos reconocemos unos a otros en el dolor compartido.
El testimonio de don Eduardo, campesino y padre amoroso, confirma que en Colombia el peligro parece estar en el aire; no se sabe a quién o a qué hay que tenerle miedo, y que no todos los padres, por más amor que les tengan a sus hijos han podido salvarlos de la violencia. Susanita, su niña, campesina que creció en una zona rural de nuestro país, donde los intercambios de balas entre el ejército y la guerrilla ocurrían a diario, murió asesinada por una bala del ejército que accidentalmente entró a su casa, una bala perdida que encontró en ella su destino.
Para la familia de Susanita la tragedia apenas comenzaba. Su muerte fue el primer paso para el derrumbe de todas sus vidas. El ejército ingresó a la casa y, para justificar su error, intentaron desnudar el cadáver de la niña para uniformarla y hacerla pasar por guerrillera. En un acto de dignidad sus hermanitas y las personas que estaban en la casa se abalanzaron encima del cadáver y se opusieron a dejarla tocar. Este acto, sin duda, acarreó consecuencias nefastas para esta familia, ya que se vieron obligados a salir de su propia tierra como criminales fugitivos.
Para este Relicario, don Eduardo se tomó el inmenso trabajo físico y emocional de regresar a la que había sido su finca y recoger un puñado de tierra, incluyó varias fotografías de su niña donde se ve radiante y feliz, el rosario que le habían regalado con motivo de su primera comunión, y semillas de café, de maíz y de frijol para representar sus cultivos, o más bien representar esa vida que le arrebataron.
Hace unos meses volví a reunirme con don Eduardo y me dijo que la fotografía del Relicario la tienen en un lugar muy especial: a la entrada de la casa donde viven ahora. Se nota en cada una de sus palabras que la violencia no le quitó únicamente a su hija adorada, sino también la posibilidad de hablar con arraigo sobre su existencia, decir: "la casa donde vivo ahora” no es lo mismo que decir: “mi casa”; sus palabras dejan claro que todo el sentido de lo que es propio le fue arrebatado, lo suyo, pertenece a un tiempo que ahora está más allá del pasado, todo lo que denomina con propiedad hace parte de esa vida que se le terminó el día que mataron a su Susana. Como él lo denomina: “ese día fue el acabose”.
Cuando me preguntan por mi trabajo, trato de explicar que no se trata de obras que tienen un inicio y un final, sino que son un desarrollo continuo de estudio teórico, de exploraciones técnicas y de crecimiento personal. Siempre describo Relicarios como la consecuencia lógica de obras anteriores como Río Abajo...
...El duelo es una tarea de los vivos, porque somos los que estamos condenados a recordar. El duelo entonces, se convierte en nuestra condición de vida, porque la pérdida es irreparable. Colombia entera es un país en duelo. Es por ello que se hace necesario esclarecer los hechos, saber la verdad y trabajar con herramientas como el arte, para tramitar el sufrimiento de una manera en la que sea posible arrebatarle a lo nefasto la belleza empañada, para hacer frente a la muerte honrando la vida y para darle una presencia física a aquello que ha sido desaparecido.
Es así como surge Relicarios, como una apuesta por brindarle a los dolientes un espacio para llorar a sus muertos, una tumba para menguar la incertidumbre que genera el hecho de no poder darle sepultura al cuerpo del ser amado, para dignificar esas existencias a las que se pretendió borrar de la historia; pero también un lugar para dolerse uno mismo, para llorar la propia condición de víctima, para darle espacio a un dolor que tiene todo el derecho de ser.
Es por ello que mi trabajo no se centra únicamente en el conflicto armado, sino que, ante todo, se enfoca en el duelo que ocasiona la violencia, que es diferente al duelo que se produce por una pérdida natural. Un duelo es un proceso que de ninguna manera puede ser revertido, y en estos casos, mucho menos se puede borrar la indignación. No podemos exigirles a las víctimas que renuncien a su derecho de sentir digna rabia, lo que no significa que Colombia como país no deba avanzar por un camino de paz y conciliación, pero en medio de dicho proceso no podemos ignorar que las víctimas merecen espacios sagrados donde puedan darle lugar a ese dolor, que es indiscutible, irreparable e inconsolable.
...Solo el amor puede atreverse a recordar sin importar el dolor que ello conlleva. Lo contrario al amor es el olvido, la indiferencia. Por eso, estas personas no se pueden permitir olvidar, por eso, Colombia no se puede permitir olvidar.
Así fue el proceso de montaje
Fotografía: Natalie López Valencia