La forma del vacío
Comparto con ustedes un bello texto de María Juanita Becerra acompañado por fotografías de Pablo Salgado. Gracias a la productora María Paola Sánchez y a la revista Habitar por hacer posible este encuentro.
Esta artista visual y magíster en antropología ha desarrollado un lenguaje caracterizado por imágenes que reflejan la memoria, el dolor y la ausencia. Lo hace con base en los testimonios de los testigos de conflictos políticos y sociales de distinta índole. Es así como estas personas se convierten en los protagonistas de su obra, y al mismo tiempo en objeto de estudio y reflexión en torno a la pasión del duelo.
La obra de Erika Diettes es, ciertamente, sobrecogedora. Y como no si nace desde la profundidad del dolor, del dolor del recuerdo y de la ausencia; se trata de la memoria de alguien que desapareció por causa de la violencia —en Colombia principalmente—. No obstante, sus instalaciones artísticas en absoluto pretenden representar dicha violencia (literalmente); ante todo exponen objetos que denotan imágenes cotidianas, pero que connotan un sentido trascendental: el sentido de la memoria atada al dolor, un dolor intenso y hasta puede que infinito…
De todo lo anterior se deriva la intención de su obra: darle forma al duelo que provoca la muerte de un ser querido. El vacío que engendra alguien que se fue y nunca regresará articula los recursos que modelan el arte de Diettes. Por ejemplo, a partir de las conexiones emocionales (directas) que se generan entre los objetos pertenecientes a las víctimas y los familiares, la artista consigue —en cierto modo— retraer al presente a quien se ha perdido.
Por otro lado, en el contexto socio-político hay quienes aseguran que, en realidad nadie nunca ha aprendido del pasado, por lo que evocarlo no nos sustrae del dolor presente ni evita que repitamos los mismos errores del ayer. En otras palabras: “Auschwitz no nos vacunó contra Pakistán oriental en 1971, ni Pakistán oriental contra Camboya bajo los Jemeres Rojos, ni Camboya bajo los Jemeres Rojos contra el poder Hutu en Ruanda en 1994,” sostiene David Rieff (historiador y analista político). Siendo así, recordar u olvidar no hace una diferencia en el tiempo presente, puesto que en todo caso la historia se repite.
En contraste, Erika manifiesta que, “desear el olvido como sociedad es perverso”, acaso sería el equivalente a un alzhéimer moral. Por eso, resulta necesario construir una memoria colectiva desde los recuerdos (o memorias) íntimas de las personas. De hecho: “Cuando se trabaja con la intimidad de los dolientes se entiende que el olvido no es una posibilidad; es más, para alguien que ha atravesado situaciones de inmenso dolor el olvido sería un aliciente, inclusive un milagro, pero es imposible”.
Es fundamental que se proyecte el destino hacia el cual se encamina la memoria, y asimismo saber quiénes deben ser los portadores de la misma. El fin deberá ser siempre el resarcimiento, y no sólo los dolientes sino la sociedad en general deben apropiarse de esa memoria; permitir que las víctimas sean testigos aislados es también “perverso”; en cuanto la sociedad reconoce su pasado las víctimas se despojan del sufrimiento de ser los únicos en aceptar la verdad. Justamente ahí es cuando la sociedad se conduele de las heridas de los dolientes y ambos asumen las consecuencias de los crímenes perpetrados. Según ella, sólo así se logra una auténtica transformación social dirigida hacia la no repetición. En suma: “La justicia sin memoria es una justicia incompleta, falsa e injusta”, afirma el escritor Elie Wiesel.
Es de obligada mención la plasticidad de los elementos que componen sus instalaciones: el ‘espíritu de la obra’ junto a un material que esté buscando explorar de forma particular integran las coordenadas básicas de su proceso creativo. La unión del espacio con el montaje de la obra, aun cuando hace parte de ese mismo proceso, es de una importancia vital para la artista. De ahí que las dimensiones del espacio sean determinantes en relación, tanto con la obra como con el espectador; por ello la espacialidad del recinto transforma la espacialidad de la instalación. Sus propuestas nos conducen a entender el espacio como si fuera parte del montaje, haciendo una lectura conjunta de uno y otro (recinto y obra).
Lo que Erika Diettes presenta a lo largo de sus instalaciones es la intimidad del dolor; su obra representa lo irrepresentable, narra lo inenarrable; revela sentimientos desgarradores con el interés de re-significarlos y producir a partir de ellos un efecto catártico en los dolientes. Así, se reconstruye el pasado desde el presente…, se vive la vida en prospectiva pero se entiende en retrospectiva.